Es la Semana Santa sevillana toda una fuente inagotable de leyendas e historias donde muchas veces la ficción supera a la realidad y, ¿quién sabe?, la realidad a veces, como una eterna paradoja, a la ficción. De ese lugar donde habitan los sueños surgen estas hermosas historias que les quiero contar.
LA LEYENDA DEL GRAN PODER
El Pato Araujo colgó un día sus botas de delantero centro y su camiseta con cordoncillos como de pescadora playera, y puso un garaje. Tenía una vida próspera, cuya felicidad, ay, pronto se vio truncada con la grave enfermedad de un hijo. Lo llevó a los mejores médicos, sin que hallaran remedio. Con un hilo de esperanza en su desesperación, acudió muchas tardes a la iglesia de San Lorenzo, a pedirle al Señor del Gran Poder que lo curara. Un día y otro, hasta que el pobre muchacho murió. Entonces, enrabietado por el dolor de la guerra de la vida en la que los padres entierran a sus hijos, fue de luto a San Lorenzo y, encarándose con el Gran Poder, le dijo:
-Que sepas que ya no vengo más a verte porque no has querido salvar a mi hijo. Así que si quieres verme, vas a tener que ir tú a mi casa…
Pasaron los años. Se celebró en Sevilla una Santa Misión en la que las imágenes de Semana Santa fueron llevadas a los barrios, para mover la devoción. Y llevaban al Señor del Gran Poder en modestas andas hacia Nervión cuando la noche se abrió en agua. Los hermanos que portaban al Señor buscaron inmediato refugio para la imagen bajo la tromba. Y vieron la puerta de un garaje. Llamaron. Era el garaje de Juan Araujo, quien oyó los intempestivos aldabonazos, bajó a abrir, preguntó quién era y oyó que le decían desde el tormentón:
-Venimos con el Gran Poder, abra, por favor, para que no se moje el Señor.
A Juan Araujo le entró por cuerpo un repeluco de emociòn muy distinto a cuando marcaba los goles de cabeza al Atlético Aviación. Recordó sus palabras encorajinadas por el dolor en la iglesia de San Lorenzo, abrió la puerta y se encontró con el Gran Poder, que, como cumpliendo un desafío de Hombre, venía a verlo a su casa. Juan cayó de rodillas y lloró. Como habrá llorado ahora, en los verdes campos del Nervión definitivo, cuando se haya encontrado de nuevo al Gran Poder y, esta vez sí, con aquel hijo que murió. Hay veces en que la muerte es una devolución de visita.
LA LEYENDA DE LA MACARENA
Como la capilla del Hospital estaba bien ahajada de imágenes, las monjas no encontraron un altar donde poner esta Virgen, pero en cambio hacía falta un reloj para el sevicio religioso de la comunidad y del propio Hospital, así que propuso el administrador cambiar la imagen de la Virgen por un reloj de campanas para la torre de la capilla.
Providencialmente, la Hermandad era poseedora de un reloj, que años atrás le había donado un devoto, para que pudieran seguir las horas de sus vigilias nocturnas, cuyo reloj no se había usado, porque se servían del que tenían los monjes basilios en el convento, pero permanecía guardado, en espera de que la Hermanda tuviera alguna vez, andando el tiempo, una capilla propia.
Hicieron los cofrades las gestiones con el adminstrador de las » Cinco Llagas «, para cambiar el reloj por la imagen, pero no queriendo el administrador perder totalmente la imagen, propuso que en la escritura no constase como permuta definitiva, sino como una cesión temporal, en virtud de la cual la Hermandad prestaba el reloj al hospital, y este prestaba la imagen a la Hermandad, con la condición de que solamente se podría cancelar este préstamo, exigieron los cofrades, a petición de la propia Hermandad, pero no podría cancelarlo por sí el hospital. Y para más seguridad de conservación de la imagen añadieron los cofrades, que en ningún caso se podría anular el pacto por simple acuerdo de la Junta de la Hermandad, ni por negociación escrita, sino que tendría que ser llevada la imagen al hospital para que pudiera surtir efecto la anulación de lo pactado.
Al poco tiempo de esto, el administrador del hospital, habiendo ya abundancia de relojes en Sevilla, por haberse establecido aquí algunos famosos relojeros, quiso devolver el reloj a la Hermandad y que le devolvieran a la Virgen, pero la Hermandad se opuso aduciendo que solamente si ella llevaba la Virgen por su voluntad al hospital podría quedar cancelado el contrato.
Pasaron los años y la Hermandad había abandonado el convento de San Basilio y se había establecido a San Gil. Cuando ocurrió cierto Viernes Santo, que durante el rato que duró la procesión, se produjo el hundimiento de la techumbre de la iglesia de San Gil, así que cuando la cofradía regresaba procesional mente a su parroquia se encontró que no podía entrar en el templo. Entonces los cofrades pensaron que lo más acertado era recogerse provisional mente en la capilla del Hospital de las Cinco Llagas, por ser el templo mas próximo a San Gil, y así encaminaron la procesión por el Arco de la Macarena, hacia la explanada del hospital.
Pero cuando llegaba ya a la cruz de piedra que señalaba ( donde ahora está la parada de los autobuses ) el límite donde empezaba el terreno propiedad del hospital, empezó a dar voces un anciano diciendo:-¡¡ No la entréis, que la perderéis !! ¡¡ No entréis, que la perderéis !! .
Se detuvo el cortejo procesional justo en el límite de la explanada del hospital, y el viejo, entrecortad amente, explicó al Hermano Mayor, que él sabía que si la Virgen de la Macarena entraba en el hospital, se tendría que quedar ya para siempre en la capilla del hospital porque así estaba estipulado en el contrato que se había hecho ochenta años atrás.
-¿ Y como sabéis eso ? -preguntó el Hermano Mayor.-Porque hace ochenta años, era yo aprendiz de relojero, y precisamente ayudé a mi maestro a instalar el reloj que la Hermandad dio al hospital a cambio del préstamo de la imagen de la Virgen. Allí mismo, ante el Arco de la Macarena, celebraron un consejillo los cofrades de la Junta de Gobierno y acordaron que en vez de meter la Virgen en el hospital, la llevarían a la capilla de San Hermenegildo, junto a la puerta de Córdoba, como así se hizo, y allí permaneció los días necesarios hasta que efectueron las reparaciones de la Parroquia de San Gil.
Si embargo aunque la leyenda fuese cierta, que no se sabe, el peligro ya ha pasado definitiva mente, ya que ha pasado mucho tiempo, y con motivo de una Santa Misión que se celebró en Sevilla, la imagen de la Macarena entró en el hospital, ( que era todavía hospital por aquel entonces ), pero a su salida no le pusieron obstáculo, y regresó a su basílica, con lo que se entiende que el hospital hizo dejación de su derecho, si es que alguna vez lo había tenido. Y ya, desde esa fecha, quedó libre la Hermandad de todo temor de perder su bendita y venerada imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena.
LA LEYENDA DEL CACHORRO
Vivió en Triana un gitano, de los llamados castellanos nuevos, apodado «Cachorro», quien atravesando cada día el puente de barcas, junto al castillo de San Jorge, llegaba a Sevilla.Un payo residente en la ciudad vino a sospechar de este hombre, pensando que su visita no era por otro motivo que el de cometer adulterio con su propia esposa. Los celos llegaron a tales extremos que, cierto día, sabedor de la visita cierta del gitano a la venta Vela, lo esperó oculto. No hizo mas que llegar, ajeno a la suerte q iba a correr, mientras sacaba agua del pozo que junto a la referida venta existía, le fue asestada siete puñaladas que le ocasionaron la muerte.Se asegura que el escultor de la imagen del Cristo de la Expiración estuvo presente en el suceso y que tuvo oportunidad de presenciar la agonía del gitano Cachorro. Captó con la mirada el rostro de aquel moribundo en el instante de su muerte e hizo suya la expresión terrible que plasmó con toda naturalidad en la obra que en esos días estaba realizando.La leyenda vino a completarse con la investigación llevada a cabo por la justicia en la que al fin se conoció la verdad. En efecto el gitano Cachorro visitaba cada dia a una mujer, aunque resultó que esta dama era en realidad su propia hermana bastarda. El gitano, en el intento de mantener el secreto por temor a perjudicarla, dado su origen, había sido descubierto y acusado de aquellas erróneas intenciones.